ALUMBRAMIENTOS
A mis hijas, a mi madre y a todas las madres.
Yo tuve tres corazones y un útero de dulce
vino amniótico. También un ombligo
dilatado en su gesto
de asombro y dos cordones.
Las noches antes del futuro se agrandaban
en insomnio sobre cada uno
de mis doscientos seis huesos.
Nueve meses más tarde, reducida
a un solo corazón conservo
la línea
de una cesárea doble
que me abrió la carne
de lado a lado; sobre ella, escribo febriles
palabras que subieron a la boca, como la leche
al pecho, para alimentar el hambre
del poema.
Ese lenguaje que alumbra
el cambio y la ausencia, ¿es otra cicatriz,
un mientras tanto
que apacigua lo perdido?
De Cielo adentro, Isla Elefante, 2025.
MENDIGOS
Atrapados por la jarcia de la noche,
con las bocas descosidas por el hambre,
beben agua de lluvia al pie
de las usinas. Son el terror
desharrapado de los Centros
Comerciales, son sombras
dobles en la noche de los atrios de las Iglesias,
y del cajero automático de tu Banco,
Sociedad Limitada.
El ubicuo decorado urbano, son
girasoles para siempre engibados
en las bocas
de todos los metros, son
Señores de las Moscas por derecho mitológico.
Son Hermanos de la Basura y de los Restos
del payaso de Mc Donald’s.
No levantan la cerviz; tienen
los ojos por los suelos,
imantados por tu limosna que brilla
en su platito de cartón,
como vulgares estrellas, pobres piedras
que acabarán ellas también
por extinguirse. Nadie los mira.
Ellos no miran nada. El Ojo Tuerto
de Índices y Estadísticas
tampoco
los tiene en cuenta.
Ya han sido expulsados
de toda República
y de cualquier Reino, del portal
de tu Comunidad,
de ese Bar, de aquel Colegio,
hasta en el Infierno se olvidaron de ellos
y ellos no esperan
ni siquiera epitafios rigurosos
para ser más exactos.
Saben que seguirá lloviendo hasta el jueves
y no pueden vivir más
que empapados.
De Cielo adentro, Isla Elefante, 2025.
PUNTO DE FUGA
Vistas desde el suelo,
las palmeras están plantadas a unos cinco metros de distancia
las unas de las otras
en la arena oscilante.
Pero en lo alto,
abiertas en estallidos verdes
y sin perder la fidelidad a su centro y punto de partida,
sus hojas se despliegan y confunden
en una única fronda
articulada por múltiples clorofilas.
Las aristas de sus hojas no se dañan
y en su entramado dibujan una vasta sombra crepuscular
que nos recuerda que
la soledad puede ser solo
un error de perspectiva.
De Museo de pérdidas, Ediciones La Palma, 2020.
EXILIO
No duele
la noche de la carne ni el cardo
en las heridas.
Duele en los tendones el saber
que no hay
adonde regresar.
No hay cuerpo que aguante esa distancia.
De Museo de pérdidas, Ediciones La Palma, 2020.
RECUERDOS DE UN ALBAÑIL
Hace treinta años yo
iba y venía entre alambres.
Arena, hormigón y ladrillos eran mi paisaje.
Llevaba las manos llenas de callos
y la cara enrojecida por el sol y el viento.
Caminaba sin pensar por un estrecho andamio de madera
(con un mono azul, como un mono),
a veinte metros de la caída o el salto.
Lo cruzaba silbando, no tenía miedo al vacío
porque me hice hombre, balanceándome como un crío en un columpio de alturas,
haciendo equilibrio
como una delicada trapecista
con la música.
Allá abajo no estaba sólo la muerte:
estaba la posibilidad efímera del vuelo.
Iba y venía:
la boca llena de clavos donde debía estar la lengua,
el martillo en la mano de las caricias,
un bocata en el bolsillo que nunca saciaba el hambre
y los tentáculos del corazón suspendidos en el aire.
Allá arriba tenía los ojos siempre mojados:
cuando había sol o viento, se me saltaban las lágrimas,
si pagaban el jornal, lloraba de felicidad y codicia,
si empezaba llover,
se me empapaba la cara,
No lo sabía entonces, pero esos esfuerzos se parecen a vivir:
el cuerpo a merced del tiempo,
el vértigo, el hambre,
las lágrimas y la felicidad;
el oficio sanguíneo,
la búsqueda del motor del equilibrio y la lujuria,
la tentación de dejarse caer, la del salto,
siempre amando el filo, el reborde
como una obstinada mula desea el precipicio.
Pero sobre todo tenía entonces
un puro amor por el aire
que en cualquier momento se nos acaba
y nos deja la obra a medio hacer, en andamios:
a usted y a mí, que a veces nos creemos eternos.
De El invierno a deshoras, Hiperión, 2017.

Valeria Correa Fiz, Fotografía de Isabel Wagemann.
Valeria Correa Fiz is an Argentine writer, currently residing in Madrid. She is the author of the short story collections La condición animal and Hubo un jardín, both published by Páginas de Espuma; and the poetry books El álbum oscuro, El invierno a deshoras, Museo de pérdidas, Así el deseo (a pamphlet), Perder el sur, and Cielo adentro. Her poetry has been awarded the I International Poetry Prize “Manuel del Cabral”, the XI International Poetry Prize “Claudio Rodríguez”, and the III Poetry Prize “Clara de Campoamor”. It has been translated into German by the publisher Parasitenpresse and will soon be translated into English by Sundial House.
