Valeria Correa Fiz

ALUMBRAMIENTOS

A mis hijas, a mi madre y a todas las madres.

Yo tuve tres corazones y un útero de dulce 

vino amniótico. También un ombligo

dilatado en su gesto

de asombro y dos cordones.

Las noches antes del futuro se agrandaban

en insomnio sobre cada uno

de mis doscientos seis huesos.

Nueve meses más tarde, reducida

a un solo corazón conservo

la línea

de una cesárea doble

que me abrió la carne

de lado a lado; sobre ella, escribo febriles

palabras que subieron a la boca, como la leche

al pecho, para alimentar el hambre

del poema.

Ese lenguaje que alumbra

el cambio y la ausencia, ¿es otra cicatriz,

un mientras tanto

que apacigua lo perdido?

De Cielo adentro, Isla Elefante, 2025.

MENDIGOS

Atrapados por la jarcia de la noche,

con las bocas descosidas por el hambre,

beben agua de lluvia al pie

de las usinas. Son el terror

desharrapado de los Centros

Comerciales, son sombras

dobles en la noche de los atrios de las Iglesias,

y del cajero automático de tu Banco,

Sociedad Limitada.

El ubicuo decorado urbano, son

girasoles para siempre engibados

en las bocas

de todos los metros, son

Señores de las Moscas por derecho mitológico.

Son Hermanos de la Basura y de los Restos

del payaso de Mc Donald’s.

No levantan la cerviz; tienen

los ojos por los suelos,

imantados por tu limosna que brilla

en su platito de cartón,

como vulgares estrellas, pobres piedras

que acabarán ellas también

por extinguirse. Nadie los mira.

Ellos no miran nada. El Ojo Tuerto

de Índices y Estadísticas

tampoco

los tiene en cuenta.

Ya han sido expulsados

de toda República

y de cualquier Reino, del portal

de tu Comunidad,

de ese Bar, de aquel Colegio,

hasta en el Infierno se olvidaron de ellos

y ellos no esperan

ni siquiera epitafios rigurosos

para ser más exactos.

Saben que seguirá lloviendo hasta el jueves

y no pueden vivir más

que empapados.

De Cielo adentro, Isla Elefante, 2025.

PUNTO DE FUGA

Vistas desde el suelo,

las palmeras están plantadas a unos cinco metros de distancia

las unas de las otras

en la arena oscilante.

Pero en lo alto,

abiertas en estallidos verdes

y sin perder la fidelidad a su centro y punto de partida,

sus hojas se despliegan y confunden

en una única fronda

articulada por múltiples clorofilas.

Las aristas de sus hojas no se dañan

y en su entramado dibujan una vasta sombra crepuscular

que nos recuerda que

la soledad puede ser solo

un error de perspectiva.

De Museo de pérdidas, Ediciones La Palma, 2020.

EXILIO

No duele

la noche de la carne ni el cardo

en las heridas.

Duele en los tendones el saber

que no hay

adonde regresar.

No hay cuerpo que aguante esa distancia.

De Museo de pérdidas, Ediciones La Palma, 2020.

RECUERDOS DE UN ALBAÑIL

Hace treinta años yo

iba y venía entre alambres.

Arena, hormigón y ladrillos eran mi paisaje.

Llevaba las manos llenas de callos

y la cara enrojecida por el sol y el viento.

Caminaba sin pensar por un estrecho andamio de madera

(con un mono azul, como un mono),

a veinte metros de la caída o el salto. 

Lo cruzaba silbando, no tenía miedo al vacío

porque me hice hombre, balanceándome como un crío en un columpio de alturas,

haciendo equilibrio

como una delicada trapecista

con la música.

Allá abajo no estaba sólo la muerte:

estaba la posibilidad efímera del vuelo.

Iba y venía:

la boca llena de clavos donde debía estar la lengua,

el martillo en la mano de las caricias,

un bocata en el bolsillo que nunca saciaba el hambre

y los tentáculos del corazón suspendidos en el aire.

Allá arriba tenía los ojos siempre mojados:

cuando había sol o viento, se me saltaban las lágrimas,

si pagaban el jornal, lloraba de felicidad y codicia,

si empezaba llover,

se me empapaba la cara,

No lo sabía entonces, pero esos esfuerzos se parecen a vivir:

el cuerpo a merced del tiempo,

el vértigo, el hambre,

las lágrimas y la felicidad;

el oficio sanguíneo,

la búsqueda del motor del equilibrio y la lujuria,

la tentación de dejarse caer, la del salto,

siempre amando el filo, el reborde

como una obstinada mula desea el precipicio.

Pero sobre todo tenía entonces

un puro amor por el aire 

que en cualquier momento se nos acaba

y nos deja la obra a medio hacer, en andamios:

a usted y a mí, que a veces nos creemos eternos.

De El invierno a deshoras, Hiperión, 2017.

Valeria Correa Fiz, Fotografía de Isabel Wagemann.

Valeria Correa Fiz is an Argentine writer, currently residing in Madrid. She is the author of the short story collections La condición animal and Hubo un jardín, both published by Páginas de Espuma; and the poetry books El álbum oscuro, El invierno a deshoras, Museo de pérdidas, Así el deseo (a pamphlet), Perder el sur, and Cielo adentro. Her poetry has been awarded the I International Poetry Prize “Manuel del Cabral”, the XI International Poetry Prize “Claudio Rodríguez”, and the III Poetry Prize “Clara de Campoamor”. It has been translated into German by the publisher Parasitenpresse and will soon be translated into English by Sundial House.